Dagoberto Gutiérrez
La
difusión de más de once millones de cuentas depositadas en bancos
panameños ha producido un aparente escándalo internacional y la figura
de paraíso fiscal ha aparecido como algo pecaminoso, fuera de la ley y
hogar de negocios oscuros.
En
realidad, la decisión de publicar estos informes tiene un sentido
rigurosamente económico y otro estrictamente político. Al dilucidar
estos aspectos podemos colegir a quien o a quienes pertenecen las manos
que movieron los hilos. Veamos cómo se procesa esta reflexión.
El
capitalismo contemporáneo, con su gigantesca producción de mercancías y
con un mercado dueño de los Estados y de la guerra y de la paz tiene el
problema que su escenario, el planeta tierra, no crece, y resulta
pequeño para el crecimiento exponencial del tráfico de mercancías
producidas. Todos sabemos que la tierra como planeta decrece en lugar de
crecer y es un hogar ya reducido para los grandes mercaderes que están
calculando hacer negocios con los mismos planetas y sus recursos.
Esta
situación llevó al capitalismo a establecer un área en donde los
procedimientos y la legalidad fueran reducidos, dando facilidades para
la creación de empresas, flexibilizando su funcionamiento y también los
depósitos y movimiento de capitales, como podríamos pensar en un
capitalismo informal, creado por el mismo capitalismo ya formalizado, es
decir, aquel que tiene arraigo en un Estado determinado, que paga sus
impuestos, que cumple requisitos que pueden resultar compendiosos, pero
que tiene problemas de crecimiento, que son resueltos con la creación de
una especie de hijuelo informal. Estas áreas informales son las que se
conocen como paraísos fiscales, dotadas de una adecuada legalidad, en
donde los capitales cuentan con la protección del secreto bancario y
donde se regularizan los capitales que puedan tener un origen fuera de
la ley, pero que al ser purificados engrosan las filas del capital
internacional, una vez curados, saneados y bendecidos sus orígenes, no
siempre bonancibles. Esta es la fórmula exitosa que ha permitido a los
grandes bancos y grandes empresas mantener su salud financiera y sus
cuentas saludables.
Surge
un problema y es que cada vez más los grandes centros financieros,
tanto de Europa como de Estados Unidos, necesitan más capital, pero
éstos, que tienen libertad de escoger los paraísos fiscales a donde
irse, prefieren las condiciones del paraíso panameño y la competencia se
vuelve desfavorable a los grandes centros financieros que necesitan
atraer y contar con mayores cantidades de capitales.
Esta
parece ser la razón principal de la decisión de hacer públicos los
nombres de los dueños de esos capitales para demostrar que ese paraíso
fiscal ha dejado de ser seguro y que es necesario emigrar a otro
paraíso.
Por
supuesto que aquí hay golpes políticos a gobiernos y países amigos y
hasta aliados que resultan afectados porque aparecen con sus entrañas
abiertas al viento y al sol; aun cuando en el planeta hay otros paraísos
que funcionan de la misma manera o con mayores facilidades, mayores
ocultamientos, y todo dentro de la protectora legalidad establecida por
esos mismos centros financieros.
En
estos casos, la legalidad funciona como una especie de trapo que limpia
la sangre, que protege los puñales, y oscurece también los socavones
del capital, pero en el terreno político, al aparecer los nombres de los
dueños del capital y los montos de esos capitales, las repercusiones
van más allá de los movimientos financieros esperados, y por ejemplo, en
el caso de Rusia, el afán de afectar a Vladimir Putin aparece
manifiesto y evidente, pero en el caso de Mauricio Macri, el presidente
argentino, se ha puesto en la picota a un aliado seguro y confiable,
proveniente de la familia quizá más rica de Argentina. Y en el caso de
nuestro país, estas revelaciones no han hecho sino poner el dedo en una
herida que ya estaba abierta y sangrante, con repercusiones agregadas y a
lo mejor multiplicadas.
Los
nombres que aparecen referidos a El Salvador tienen una urdimbre
política precisa y un bando ya establecido, y el problema para estos
capitales, como ya hemos dicho, no tiene que ver con la legalidad de las
operaciones sino con el origen de los mismos. Es decir que los
propietarios deberán demostrar que tienen condiciones para producir y
poseer legalmente los capitales de los que son propietarios, según las
cuentas. Y aquí radica, precisamente, el aspecto político en el caso de
nuestro país. En estas esquinas se establecen las relaciones, las
colusiones y los verdaderos orígenes de los capitales que, en todo caso,
busca refugios en estos paraísos fiscales. Tanto en el caso de nuestro
país, como sobre todo en los grandes centros financieros, para los
cuales el origen de los dineros no importa mucho, siempre y cuando
alimenten y hagan crecer sus cuentas.
Tanto
los Estados Unidos como centros financieros europeos o asiáticos se
disputan entre sí la atracción y control de los capitales que circulan,
sin tomar en cuenta su origen.
Salvando
las distancias históricas, se trata de una situación parecida a la que
se presentó cuando el imperio inglés decidió convertir en caballeros
nobles a los grandes piratas como Morgan, Drake, u otros, porque sus
correrías y asaltos a barcos españoles pletóricos de riquezas podían
engrosar las cuentas de la corona inglesa. Pues bien, esas piraterías y
esos piratas, navegan hoy en sus navíos armados en estos paraísos
fiscales que ahora están disparando de un barco a otro barco.
No
se trata, en ningún caso, de ninguna lucha contra la corrupción o de un
afán de saneamiento de cuentas oscuras. Es, en todo caso, una lucha
intestina e implacable entre los mismos capitales y capitalistas que
cuchillo en mano y usando la legalidad como la masa o el garrote en el
paleolítico, pelean por el oro y los billetes.
De eso se trata, nada más y nada menos, pero esto mismo nos puede enseñar sobre el momento histórico que estamos viviendo.